APRENDER A LEER

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El otro día me dio por ordenar los libros de mi biblioteca. Quizás, a la agrupación de volúmenes que ocupan unas cuantas estanterías de mi casa, le viene grande el nombre de biblioteca, pero no se me ocurre una palabra que lo describa mejor. Total, que empecé a sacar libros de los estantes donde dormían, a quitarles el polvo con mimo (hay que ver la cantidad de polvo que pueden llegar a acumular los libros) y a reordenarlos. Hice todo tipo de cálculos y pruebas hasta conseguir agrupar el mayor número de ellos en el menor espacio posible, y más o menos salió bien.

Debo reconocer que hay algo de inquietante en ese proceso de ordenar baldas. A medida que sacaba y metía libros en su nueva ubicación, revisaba los títulos, las contraportadas, y, a menudo, me sorprendía de tener ejemplares de los que no recordaba absolutamente nada, ni en qué momento los compré, ni cuándo los leí, ni siquiera de qué iban o si me gustaron o no. Imagino que todos esos ejemplares desconocidos no me impresionaron especialmente, o lo recordaría. O tal vez no.

Y sin embargo, de alguna manera, todos esos libros constituyen mi autobiografía literaria. Cierto que no son todos los que he leído, también ha habido préstamos e intercambios que tampoco recuerdo demasiado, pero al revisarlos me iba deteniendo en momentos de mi vida, situaciones en las que me atraía determinado tipo de literatura, como las novelas históricas, que terminé abandonando aburrida de la presencia de cátaros hasta en la sopa, o libros de espionaje, ¡qué trepidantes las historias con la Guerra Fría de telón de fondo!, también sagas interminables, de vampiros, de cromagnones o de capitanes de los Tercios de Flandes.

Imagino que cada autor de cada libro ha volcado una parte de sí mismo en esas páginas buscando sacarse de encima una historia, o tal vez realizar una obra maestra de la literatura, o simplemente ganarse la vida dignamente con el oficio de escribir, y viendo todos esos libros que no recuerdo haber leído, pienso con tristeza que la mayoría no lo conseguirán, o sí, tal vez para los escritores es suficiente con ver su idea y sus horas de trabajo materializadas en un libro.

En ese proceso de descubrirme poseedora de libros que ignoraba que tuviera también hubo pequeñas sorpresas. De pronto aparecía ese libro maravilloso que alguien te recomendó, que disfrutaste tanto que a su vez recomendaste, y te prometes volver a leerlo, a sabiendas de que no lo harás, porque la torre de libros pendientes nunca para de crecer. O ese otro, que hace que te sonrojes por la vergüenza de haberlo disfrutado tanto a pesar de saber lo malo que era. Y es que hay libros así, que te enganchan con una historia banal, escritos deliberadamente para conseguir ese efecto, sin voluntad de trascender, pero insuperables para proporcionar entretenimiento en momentos en que no pides otra cosa.

En cierto modo, aprender a leer va más allá de descubrir la magia que se esconde al encadenar letras formando palabras, frases, párrafos, historias. Al igual que a los niños se les enseña a comer dándoles a probar los sabores poco a poco para que se acostumbren, para aprender a leer y apreciar los mejores libros es necesario ir acostumbrando el paladar literario. Ciertos libros son como la comida basura, están riquísimos, llenos de salsa y sacian el apetito, son perfectos para esos momentos en que quieres algo rápido y sin complicaciones. En cambio, otros libros son como esos alimentos que es necesario aprender a saborear, un queso fuerte, ciertas verduras, el pescado. La primera vez que te los llevas a la boca, la primera vez que los lees te resultan difíciles, te exigen atención, te obligan a amarlos poco a poco, en pequeñas dosis. Pero si perseveras, la recompensa es tan maravillosa como un bocado de Cabrales.

Para cuando terminé de ordenar mis libros ya me había reconciliado con la idea de que todas esas estanterías son como el álbum de fotos de mi vida literaria, verlos de vez en cuando causan la misma nostalgia que las fotos de juventud, peinados y ropa que en su momento eran estupendos pero con los que el tiempo no ha sido clemente, y sin embargo, testigos mudos de quiénes fuimos una vez, de que el lector que soy hoy no hubiera sido sin todos esos libros.

3 Thoughts on APRENDER A LEER

  1. Yo tengo mis libros en un tratero porque mi vida nómada los llevó al resguardo de las inclemencias.Y tambièn para q no se perdieran en mi larga travesía por el desierto.
    De vez en cúando les hago una visita y me traigo uno.
    Estân guardados en cajas y se conservan bien.Parecen agradecidos de no me haya desprendido de ellos.Y sabedores de q he estado a punto de hacerlo.
    Si algún día la Diosa fortuna me ayuda a encontrar un hogar permanente, los colocaré en el lugar al q pertenecen los navegantes y naufrágos de mis queridos libros.
    No se si en baldas o en una cómoda al lado de la lencería fina.
    Cómo ellos mis amigos y confidentes de aventuras miles saben de mi cariño y lealtad esperarán pacientes en el garaje de mi hermano.
    Y mientras yo escribo mi propio libro viviendo.
    Yo q soy una buena cocinera y saboreo la comida para darle mi personal toque justo, degusto con sumo placer la lectura porque para mí leer y cocinar tienen mucho en común.
    Me retiro para seguir nutriendome lentamente y con la luz de interesantes descubrimientos en los libros q me llaman por mi nombre desde la mesilla.

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  2. Testigos mudos de quien fuimos

    Muy bueno.

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